Durante los seis meses que llevo viviendo en Nairobi, muchos keniatas me han explicado con orgullo que Nairobi tiene mucha más infraestructura que Addis Abeba porque tiene una clase media mucho más numerosa en comparación con la capital etíope.
En 2018, el promedio de crecimiento anual de la economía de Etiopía fue del 9,9%. Aunque este crecimiento ha disminuido en el último año, sigue siendo el doble de la media anual de África, que es sólo del 4% del PIB.
Addis Abeba tiene mucho por cambiar, pero los cambios ya los estamos viendo. Por ejemplo, en la rápida evolución del sector de las startups, donde servicios offline están digitalizando para adaptarse al mercado dinámico y global. Yo pienso que en las ciudades sobrepobladas, el cambio en la gestión del transporte mejorará mucho las condiciones de vida de la clase media, tanto la de Nairobi como la de Addis Abeba.
Hace una semana fui unos días a Addis Abeba. La ciudad tiene una versión de Uber llamada Ethio-Ride, el aliado del extranjero o del farangi, como dicen los etíopes. Mientras los conductores d’Ethio-Ride me llevaban de una reunión a otra, aproveché para practicar el amhárico, la lengua oficial de Etiopía. Todo el mundo descubría que venía de fuera; con mi acento podría ser del Tigray o bien parte de la diáspora etíope que ha venido a invertir en la economía del país.
Como explica Berhane Demissie, una de las pocas mujeres en el continente y la única en Etiopía que dirige una empresa de capital privado para invertir en nuevos negocios, gracias a las nuevas reformas implementadas por Abiy Ahmed, muchas personas de origen etíope han vuelto en el país a ayudar en el desarrollo de la economía.
Con mi acento roto y un tanto extraño (y que hace que nadie acabe de saber de dónde vengo) pregunté a los taxistas qué pensaban de los recientes cambios políticos y si el estilo de vida de los ciudadanos ha cambiado desde el gobierno de Abiy Ahmed. Me respondían que en la capital todo va bien, pero que están preocupados por la situación de seguridad de sus familiares que viven en el campo. Me decían: “Eklai Ministeru tiru asab aleh” (El primer ministro tiene buenas intenciones). Pero aún esperan los frutos de su promesa democrática mientras enumeran los impactos de la transición política de los años 90.
La transición política de 2018 fue forzada por las protestas civiles de 2015 y la presión que ejercieron sobre el gobierno. Jóvenes de Oromia y otros estados regionales salieron a la calle a pedir cambios en la situación económica y social del país. Hoy, este mismo grupo de jóvenes son los que están poniendo Abiy Ahmed bajo el test democrático.
Las elecciones de 2020 se esperan con gran expectación porque el Partido para la Prosperidad (PP), antes EPRDF, prometió romper con la cultura política basada en el engaño. Durante casi tres décadas, la administración del régimen autoritario se ha mantenido intacta gracias a la limitación de derechos colectivos y el uso de mecanismos de equilibrio del poder político. Las elecciones de 1992, 1995 y 2000 sirvieron para consolidar fraudulentamente el poder del principal partido político, que no permitió unas elecciones libres y justas.
Pero para comprender cómo hemos llegado a la situación política de hoy es importante conocer la revolución de 1974, porque muchas de las instituciones y dinámicas políticas entonces han persistido. La revolución socialista etíope fue una de las más importantes y exitosas del mundo, pero el eurocentrismo del sistema educativo europeo ha subestimado su relevancia. Los escritores de la diáspora etíope han dedicado mucho tiempo a entender las dinámicas y las implicaciones de esta revolución en la vida cotidiana de la gente urbana y rural. Por ejemplo, Maaz Mengiste, en su libro Bajo la mirada del león (Beneath the Lion s Gaze), describe la represión a los movimientos clandestinos de estudiantes, la gran reforma de los derechos sobre la tierra y la implementación del nuevo sistema administrativo diseñado para controlar la población hasta el nivel administrativo más bajo. Hoy, el derecho sobre la tierra aún no se ha reformado, y es el principal motivo detrás de los conflictos de identidad y fronteras internas.
Lo que más me llamó la atención de la forma de escribir de la Maaz, sin embargo, es su interés en describir el papel de la mujer en los cambios políticos. La investigación sobre conflicto y género ha demostrado que la guerra permite a las mujeres romper las relaciones y los roles sociales establecidos durante los tiempos de paz. Y esto lo podemos ver en la disminución de la influencia de las asociaciones de mujeres durante las transiciones guerra-paz-guerra.
En 1935, la emperatriz Taitu Menen fundó la Asociación de Bienestar Femenino Etíope, que benefició principalmente la élite urbana y marginó las mujeres del campo, como también ocurre con el movimiento feminista occidental. Más adelante, en 1980, durante el proyecto para involucrar a las masas en el cambio social, se inauguró la Asociación de Mujeres Revolucionarias de Etiopía con una agenda más extensa e inclusiva. Durante esta época también hubo mujeres etíopes que tuvieron un fuerte impacto regional y global, como la legendaria Konjo Sine-Giorgis, que fue la embajadora de Etiopía en la Unión Africana, desde sus inicios en 1962 hasta 2015.
El 2019, Abiy Ahmed le entregó un premio de reconocimiento por su destacable papel en el mundo diplomático y, evidentemente, por su lucha contra el colonialismo. Y no nos olvidemos de Bogaletch Gebre, conocida como la líder de la revolución feminista en Etiopía, siendo la principal luchadora contra la mutilación genital en el país.
Referentes como ellas hay muchas, pero la narrativa machista ha tapado su representación y ha denegado el papel de la mujer etíope en el espacio político. Las pocas asociaciones de mujeres han sido generalmente controladas por el poder político. Y es cierto que representación no es lo mismo que participación (o influencia) como bien clarifica Minna Salami en su blog sobre feminismo y crítica social MsAfropolitan.
Durante los años 80, las mujeres etíopes se resistían a organizarse por miedo a ser tachadas de contrarrevolucionarias por el régimen del Derg, convirtiéndose así en simples instrumentos del gobierno para mantener el poder. El número de mujeres soldados que lucharon contra el Derg no pasó del 4% del total de tropas y el número de mujeres de las fuerzas armadas del Frente de Liberación de Tigray (TPLF) no pasó de un tercio. A partir de 1991, con el abandono de las políticas socialistas, el pequeño espacio político que había creado para las mujeres se volvió a cerrar. Con la transición del 1991, la Oficina de Asuntos para la Mujer, se abrió bajo el amparo del Primer Ministro, permitiendo la apertura de oficinas a nivel regional. A pesar de cubrir más territorio, estas oficinas resultaron ser ineficientes. Consecuentemente, muchos nos preguntamos si el gobierno de Abiy Ahmed, formado por un 60% de mujeres, realmente permite la participación de estas en el proceso político además de simbolizar la representación.
Bajo el control político de l’EPRDF se abrieron asociaciones de mujeres como la Asociación de Abogados de Mujeres Etíopes, que hasta hoy defienden los derechos de la mujer a través del sistema legal. Meaza Ashenafi, que también es miembro del gobierno de Abiy, ganó en 2003 Hunger Project African Leadership Prize por su labor en el área de violencia doméstica, abuso sexual, derecho de familia y derechos económicos.
Pero el trabajo de las organizaciones civiles para la mujer ha sido gravemente afectada por la represión del Estado: especialmente durante las elecciones de 2005 y de 2015, que causaron un retroceso democrático debido a la crisis de existencia percibida por el EPRDF. Los principales afectados por el cierre del espacio democrático son las organizaciones para las mujeres. De hecho, el motivo por el que el papel de la mujer en la política y la economía es todavía en proceso de desarrollo es la contradicción entre la retórica publica del EPRDF (hoy Partido para la Prosperidad) y su praxis política.
Movimientos feministas como Setaweet (que en amárico significa mujer) creados en 2014 han superado esta represión mediante el uso de la tecnología. Por ejemplo, en 2019 vimos el poder de la tecnología en el impacto global del movimiento feminista chileno o en el alcance global de las manifestaciones por el cambio climático organizadas por la Greta Thunberg en Europa y en África por la ugandesa Vanessa Nakate.
En Etiopía, la tecnología es el instrumento que ayudará a romper la barrera entre el mundo de las ideas y la práctica. La cofundadora de Setaweet explicó en una entrevista para France 24, que según las leyes etíopes, las mujeres tienen grandes privilegios respecto a otros países africanos, pero que, en la práctica, Etiopía se encuentra al final del ranking del índice mundial de desigualdad de género. Por lo tanto, en 2020, la cuestión no debe ser si estos movimientos feministas pueden o no sobrevivir, sino cómo pueden ser parte de la transición política.
Con la ampliación del espacio político y democrático, es necesario que se creen más organizaciones locales que lleven al centro del debate temas controvertidos, y que cuestionen la estructura política y social establecida. No basta con figuras como Freweini Mebrah, ganadora del premio CNN Hero of the Year por su trabajo para acabar con el tabú de la regla en Etiopía, o las que he mencionado a lo largo de este artículo. Etiopía está en un proceso de redefinición y en este proceso el papel de la mujer etíope urbana o rural es clave. Como ha dicho la presidenta de Etiopía, Sahle-Work Zewde en varias ocasiones: “Se ha abierto una ventana de oportunidad, es nuestra responsabilidad aprovecharla”.
Ennatu Domingo Soler