Como etíope viviendo actualmente en España, uno de los países que más ha sufrido las consecuencias trágicas del COVID-19, observo con mucha preocupación su potencial impacto en mi país. Pero con toda la cautela del mundo, siento también una pequeña dosis de esperanza, viendo cómo las autoridades han ganado tiempo desde que la pandemia estalló en China, y cómo están aprovechando este tiempo.
Con solo 3 camas de hospital y 1 médico por cada 10.000 habitantes, está claro que, si la tasa de infección se acerca a los niveles vistos en España, el impacto del virus en Etiopía sería devastador y difícil de imaginar. Controlar la propagación del virus ha sido por tanto, desde el principio, el principal objetivo de las autoridades en Etiopía – y me alegro de que lo siga siendo hoy, 5 meses después de la cuarentena de Wuhan.
Con sus 114 millones de habitantes, Etiopía es el segundo país más poblado del continente después de Nigeria que cuenta con 200 millones. Pero de momento solo se han detectado unos 2.670 casos del Covid frente a los 14.554 en Nigeria o los 58.568 en Sudáfrica, el país más afectado en África.
¿Cómo han conseguido ralentizar su propagación en Etiopía cuando, al contrario de sus vecinos y otros países de África, se mantuvieron las fronteras abiertas incluso con vuelos directos desde China, y sin declarar ni siquiera un día de confinamiento?
Parece ser que un elemento decisivo fue la rapidez con la que se actuó al principio de la crisis. Ya en enero, se introdujeron estrictos protocolos de inspección de pasajeros en el aeropuerto internacional de Addis Abeba, el centro de aviación más importante de África. Los riesgos de importar el virus se mitigaron mediante controles exhaustivos de temperatura, tanto en origen como en el aeropuerto de Addis Abeba, y medidas de seguridad con la obligación para todos los empleados del aeropuerto de llevar mascarillas.
Desde febrero, las autoridades etíopes han implementado un estricto régimen de seguimiento riguroso de contactos, aislamiento, cuarentena obligatoria y tratamiento. Llevaron su capacidad de hacer tests de 0 a más de 5.000 al día en un poco más de 2 meses. Cerraron iglesias, mezquitas y otros lugares de culto. Sin llegar a declarar el confinamiento, establecieron medidas de restricción en el número máximo de personas que se podían reunir, y anunciaron directrices de distanciamiento social. La red de asistencia sanitaria comunitaria, que se estableció a lo largo de los últimos 20 años para universalizar la atención primaria en todo el país, sirvió como eje de la actuación del gobierno.
Un gran esfuerzo e inversión en términos de comunicación para despertar la conciencia pública al peligro que presentaba el virus fue también fundamental. Se emplearon todo tipo de campañas apoyándose en los medios tradicionales como la radio, la tele, megafonías por las calles, pero también a través de las redes sociales de Facebook, Twitter y Whatsapp para hacer llegar el mensaje a todos los rincones del país. Políticos, artistas, “app developers” se emplearon a fondo. Un ejemplo que solo he visto en Etiopía es la que empleó el monopolio estatal de telecomunicaciones Ethio Telecom, que en vez del tono de llamada, hizo que se oyera una grabación recordando a la gente la importancia de las medidas de higiene, tales como lavarse las manos, distanciarse socialmente y usar mascarilla.
Así que, sin lugar a dudas, todos estos esfuerzos han dado su resultado: se ha ganado tiempo. Pero lo que más esperanza me da, aunque con mucha cautela dado que todavía no se ha alcanzado el pico de infección, es lo que se ha hecho en este tiempo.
El gobierno ha habilitado los dormitorios y centros de conferencias de universidades públicas para aumentar la capacidad de los centros de cuarentena a más de 50.000 camas. Se han establecido centros de aislamiento adicionales con un total de 15.000 camas y centros de tratamiento con una capacidad de 5.000 camas. Se han aprobado medidas económicas para apoyar a los más vulnerables y a sectores de la economía que se han visto golpeadas duramente por la crisis global para intentar frenar el desempleo.
Y el primer ministro, Abiy Ahmed Ali, que ya en Octubre de 2019 alcanzó un reconocimiento global como ganador del Premio Nobel de la Paz, ha abanderado varias iniciativas apelando por ejemplo al G20 el alivio y restructuración de la deuda de los países africanos para liberar recursos escasos y dedicarlos a la lucha contra la pandemia, o estableciendo alianzas con la Fundación Jack Ma para abastecer a 54 países de África con equipamiento médico utilizando la red de distribución a través de todo el continente que tiene establecida la aerolínea Ethiopian Airlines. De hecho, a lo largo de esta crisis, parece ser que esta aerolínea se ha convertido en un salvavidas no solo para los países de África, sino también de América Latina, ayudando a entregar grandes cantidades de materiales y equipos de atención médica desde China, cuando las rutas a través de EEUU ya no eran tan seguras.
Por supuesto, hasta el desarrollo de una cura o vacuna contra el Covid19, la preocupación por el impacto que pueda tener este virus en vidas humanas siempre será máxima. Pero hay que decir que es alentador ver cómo en países con tan pocos recursos financieros como Etiopía, se ha ganado tiempo; y todo lo que se ha hecho con este tiempo para prepararse en la medida de lo posible para la fase exponencial de la propagación. Desde aquí, en España, ahora que estamos recuperando poco a poco una apariencia de normalidad, solo se puede animar y apoyar al pueblo etíope; no solo con recursos financieros o médicos, sino también con el conocimiento y experiencia que se ha adquirido en la lucha contra el Covid19. Debemos y podemos hacer algo positivo con todo el dolor y sufrimiento padecido durante esta crisis global.
Ermias Mengistu