Etiopía, un misterioso universo de creencias

Si nos remontamos mucho en el tiempo, el reino etíope de Axum nos dejó obeliscos de piedra relacionados con el culto al astro rey que se practicaba en la Arabia meridional y que parece haberse extendido a través del mar Rojo, en el punto donde hoy se encuentra Massaua, en Eritrea, y de allá hacia el sur, hacia el altiplano.

En el primer periodo, el judaísmo sucedió al culto al Sol como religión dominante, aunque el culto a Yahweh no desapareció completamente en algunas zonas del país. Alrededor del 591 aC surge el reino de Meroe, entre Etiopía y Egipto, cuando el reino de Kusch, invadido por Egipto, se vio obligado a trasladar su capital de Napata a Meroe. Entre los años 320 y 325, tras haber intentado este reino expandirse hacia el este, invadiendo las tierras de Axum, este reacciona ocupando Meroe. Es a partir de entonces cuando se inicia, imparable, la implantación de una nueva religión en la región, el cristianismo, mayoritaria hoy al norte del país de nuestros ancestros.

Hace tan solo unos meses que Denberu Mekonnen, Autor de “Rumbo a Etiopía” nos recordaba que Etiopía es el segundo país de la historia en adoptar el cristianismo.rumbo a etiopía Sucedió en el año 330 d.C., después de Armenia, que lo hizo en el año 301 d.C. Y también nos recuerda que el cristianismo en realidad se introdujo de forma fortuita por dos monjes sirios que naufragaron accidentalmente en las costas etíopes. Hoy sabemos mucho del cristianismo ortodoxo etíope, que conserva elementos religiosos de origen judío, con los falashas, considerados descendientes de la tribu hebrea Dan, perdida en el Cuerno de África. Y también elementos musulmanes, como la obligación de cubrirse la cabeza las mujeres al entrar en sus maravillosos templos, descalzos ambos sexos. Yo mismo pude comprobarlo en el viaje a los orígenes de mi hija adoptiva, recorriendo extasiados los templos de Lalibela, en la región Amhara, con un “guardián de zapatillas” como anécdota más que simpática, pues jamás mis zapatillas valieron tanto. De la Navidad etíope o Genna, que significa juego, inventado por los pastores cuando se enteraron, llenos de gozo, del nacimiento de Cristo, nos habla también Denberu, muy diferente la festividad a la occidental y sin duda más auténtica, tan lejos del consumismo y tan cerca los fieles unos de otros. Por no hablar de las invocaciones a Dios, tan frecuentes, por ejemplo, en las fábulas populares amharas que cuentan historias corrientes y también llenas de picardía y humor.

Continuando con el cristianismo, al igual que sus vecinos Amhara, los Tigray, más al norte, son cristianos coptos y el hogar de más de un centenar de iglesias que representan el grupo más grande de arquitectura Rock-Hewn o esculpidas en roca en el mundo, la mayor parte del siglo V al XIV, junto con un pequeño número de iglesias de mampostería y madera. Al noroeste del territorio las iglesias conforman el paisaje sagrado de Gheralta, en un macizo montañoso al oeste de la ciudad de Wukro y al norte de la capital tigray, Mekelle. En un paraje conocido como Tembién, al este de la capital y repleto de acantilados y desfiladeros, se encuentra la iglesia más inaccesible de todas y yo diría que del orbe, una auténtica joya del S.XVI a la que se llega, casi milagrosamente, a través de un largo y peligroso sendero tallado en la pared. El de Atsbi es también un conjunto de iglesias en el extremo oriental de las Tierras Altas de Etiopía, con montañas o colinas con cimas planas y valles profundos, donde moran los Gerala, esos primates que, tal vez por respeto e impresionados por tanta magnificencia religiosa, se hicieron herbívoros. Quién sabe…

Lo que sí sabemos es que un número significativo de las fabulosas iglesias amhara y tigray tiene pinturas murales y muchas conservan auténticos manuscritos, pinturas y objetos litúrgicos, incluidos ejemplares que han sobrevivido desde la Edad Media, especialmente en los templos que forman el núcleo de los monasterios vivientes. El museo de Lalibela es una buena prueba de ello y de mi éxtasis al contemplar lo que atesora.

Por otra parte, es interesante señalar que a lo largo de toda la historia de luchas dinásticas que ensangrentaron un país tan diverso y codiciado, la Iglesia etíope se mantuvo como la única corporación estable y políticamente poderosa. Dueña de más del quince por ciento de las tierras cultivadas, su cabeza suprema, el Patriarca o Abuna, dispone de mucho poder (parece que esto es bastante común en las ortodoxias cristianas del mundo, como la rusa). Otros personajes ricos y también influyentes son el Echege, administrador de los recursos eclesiásticos y superior de todos y cada uno de los frailes, así como de los abades rectores de los florecientes monasterios.

Veamos algo más.

Aunque el cristianismo ortodoxo etíope es la forma de religión más conocida por los occidentales, hay que tener en cuenta que en el país coexisten más de ochenta grupos étnicos, con sus lenguas y dialectos, algunos a caballo entre países vecinos, como los Afar, Gambela y Somalíes. Y esta realidad multicolor dibuja un puzle de creencias igualmente diverso. Resumiendo la cosa y a vista de dron, en el norte, Amhara y Tigray (lindando con Eritrea) son cristianos; al nordeste, los Afar son musulmanes y animistas; en la zona oriental, con la etnia Somalí, son de mayoría musulmanes desde el siglo XVI, por el contacto con comerciantes árabes, enterrando totalmente sus antiguas creencias. Más al sur, otras etnias menores profesan también el islam a su modo: Silt’e, Benishangul, Argoba.., con la excepción de los Koorete, que son cristianos. En el centro del país, en las zonas cercanas a Addis Abeba y extendiéndose a ambos lados, los Oromo son cristianos y musulmanes, dependiendo de los subgrupos étnicos, y también hay entre ellos los que practican el culto a un ser supremo llamado Waqa o Waka. Hacia el suroeste, otro grupo importante, los Gambela, son de tradición animista y creen en un espíritu superior llamado Juok (también Jwok o Juuok), ​considerado el creador de todas las cosas. Por fin, bajando hacia el sur, hacia las Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur, nos encontramos con un mundo totalmente tribal y animista que mantiene en pleno siglo XXI toda su esencia cultural y tradicional: es el caso de los Mursi, Hamer, Karo, Surma, Bodi, Bume, y Dassanech, entre otros, algunos en el Valle del Omo, como los Mursi, que creen en una fuerza superior celestial llamada Tumwi, que puede manifestarse en forma de arcoíris o de ave.

Un dato importante es que cuando en una etnia se dan diferentes credos, como en el caso de los Oromo, cristianos al norte y musulmanes o animistas más al sur, tal diferencia se traduce en una cierta debilidad frente a la mayor cohesión social y religiosa de las que profesan una única religión, como en el caso de los Amhara y Tigray, siendo las tres las etnias mayoritarias del país. En cuanto a los Oromo que practican el culto a Waka, lo representan por espíritus llamados Ayana, intermediarios entre Waqa y sus seguidores y que pueden acercarse a ellos a través del Kallu, persona con la capacidad de ser poseída por esos espíritus. En las fiestas de Wadaja, de influencia musulmana, sacrifican vacas en honor de su divinidad.

MÁS ANIMISMO…

Magano es el Dios y el Padre que cuida desde el cielo a los Sidama (y al excelente café que producen), donde se instaló a causa del pecado de su gente, ya que anteriormente vivía entre los mortales. Tal vez por ello es un ser distante y no tiene una imagen que lo represente. Magano influye en la vida de todos, como también los espíritus de los antepasados, es invocado diariamente por el representante familiar y se hacen sacrificios de animales en su honor, en situaciones extraordinarias o infortunios, y también por los sueños, considerados proféticos, que alguna persona pueda tener. Los espíritus pueden ser beneficiosos (Dancha Ayyaana) o maléficos (Bucha Ayyaana), que son los que provocan enfermedades y toda clase de males a la comunidad, que no se olvida de maldecirlos durante los sacrificios. Los Sidama reservan un espíritu (Woxa) para ser venerado exclusivamente por las mujeres, que le ofrecen comida en ceremonias nocturnas bajo algún árbol, con bailes y cánticos en su honor. En general, los espíritus de los antepasados viven con Magano, que les ha otorgado el papel de intermediarios, comunicándose a través de los sueños. Cuando esto ocurre, los líderes espirituales convocan a sus consejos para examinar el sueño y determinar si la amenaza es real o no y las medidas a tomar. Como en las familias, hay una cierta jerarquía en los espíritus de los antepasados, con el del fundador del clan a la cabeza. Sin embargo y mal que nos pese hoy día, los Sidama veneran a los espíritus de hombres, nunca a los espíritus de las mujeres difuntas. Igual es que les infunden más temor, digo yo…

El animismo no es exclusivo de los Sidama. Los poderosos Afar, del valle originario de la especie humana, en la Depresión de Danakil, otorgan poderes sagrados a ciertos árboles y bosquecillos, en realidad creencias y costumbres preislámicas que hacen que muchos lleven amuletos protectores de cuero con hierbas y versos del Corán, ungiendo sus cuerpos con un tipo de manteca o ghee. A los infantes se les practica la clitoridectomía (extirpación parcial o total del clítoris o el prepucio). Además, para ellos los restos del muerto son también poderosos, como espíritus enterrados bajo montones de piedras, amontonadas en forma circular o cilíndrica. Los Afar, que viven también en Tjibuti y Eritrea, se suelen enterrar allí donde caen, en disposición vertical si hubo una muerte violenta, tal vez algo relativamente frecuente en un pueblo con fama de muy aguerrido, como el territorio que los acoge, uno de los más inhóspitos y respetados del Planeta, en el que se dan cita cada año arqueólogos de medio mundo.

El animismo, mezclado con ciertas formas primitivas de credo musulmán, y aun cristiano, está también presente en otros grupos étnicos, como los Gurage, con árboles sagrados en sus aldeas, los árboles del Adbar, donde moran los espíritus. Cada año, la comunidad se reúne bajo el árbol haciendo sus rituales, sacrificios y fiestas, colocando manteca en la base del tronco y recubriéndolo de cerveza local y licor. También sacrifican animales, una vaca si el árbol es “hembra” o un buey si es “macho” (aquí no hay más distinciones de género) y pueden construir cercados alrededor del árbol para protegerlo. Lo curioso es que esta costumbre ha permitido que se mantengan intactos durante siglos árboles y bosquecillos representativos de bosques antiguos, tal vez un mensaje a navegantes… Los Gurage se componen de tres grandes grupos con sus clanes y parte de su población ha emigrado a Addis Abeba.

Pero hay más.

Los Gamo, al oeste del lago Abaya, aunque mayoritariamente cristianos, sus verdeantes colinas están repletas de lugares sagrados, muchos bosques a lo largo de corrientesllac foto article de agua y cimas donde realizan ceremonias que simbolizan la unión del pasado con el futuro, se hacen sacrificios, sanaciones, rituales agrarios, se pide que llueva o que deje de llover… Como nota discordante, un cierto fundamentalismo cristiano en la región ha provocado enfrentamientos, al construir iglesias en los bosques sagrados y en sus aledaños, obligando a los naturales a que corten los árboles para “demostrar su fe”, una suerte de Inquisición a medida. Los Basketo, al sur y que tienen su propio rey, son mayoritariamente cristianos evangelistas y también ortodoxos, pero en sus creencias animistas mora un dios del cielo y una diosa madre de la tierra. También los Nuer, más numerosos en Sudán del Sur que en Etiopía, son cristianos en su mayoría, lo que no les impide creer en un dios sobrenatural y en dioses menores. Los Gumuz, en cambio, son animistas, como los Chara o Tsara y los Arbore, que creen en un dios supremo llamado Waq. Los Gumuz comparten territorio con Sudán del Sur, pero allí, a diferencia de los Nuer, son muchos menos.

Si hay un ejemplo de animismo singular es el de los Konso, con sus Pokwalla, verdaderas autoridades religiosas cuya función es servir de intermediarios entre la comunidad y las fuerzas divinas personificadas en  el dios del cielo (Waq), que les otorga paz y prosperidad. Los Konso organizan rituales que, como en la mayoría de grupos étnicos, están asociados al culto a los difuntos, levantando en su recuerdo curiosas estatuillas de madera o Waga, de aproximadamente un metro de altura. Las levantan sobre sus tumbas, en los bordes de los caminos e incluso en terrenos de cultivo que fueron regados en vida con el sudor del ausente. Un grupo de estatuillas Waga suele estar formado por la que representa al difunto en el centro, rodeada por la de su esposa e hijos. También puede estar representado su enemigo, en este caso amputándole sus atributos viriles, e incluso animales salvajes si el difunto fue un cazador aguerrido. Diferente es el trato que se da al jefe del clan o gada, que no es enterrado hasta pasados nueve años, nueve días, nueve horas y nueve minutos desde su fallecimiento, permaneciendo hasta entonces en una cabaña, momificado.

La razón de esto último, la desconozco; quizá, como me sugiere mi hija etíope, la clave esté en el número nueve de la fecundidad. Al fin y al cabo, las entradas a las propiedades de los Konso tienen siempre forma de vagina. Pero de todos modos y como yo le digo a mi hija, en Etiopía, si algo está de más, son las razones.

 

Alberto Pardo de Vera

Abril de 2024

21 Miyacya 2016 en Etiopía