El 29 de junio el cantante y activista Hachalu Hundessa fue asesinado en Addis Abeba, lo que desencadenó una serie de protestas en las que cerca de 250 personas perdieron la vida y unas 5.000 personas fueron arrestadas por las autoridades etíopes (Fuente: The New York Times).
Durante los primeros días de protestas presenciamos, a través de las redes sociales, como los manifestantes quemaban edificios, tiraban estatuas y cómo el ejército se desplegaba para reprimir las protestas. Después, nada. El gobierno etíope incomunicó el país entero -gesto nada sorprendente- para que no se filtraran más imágenes de las vulneraciones de los derechos humanos que se producen en el país.
Hachalu Hundessa fue la voz de los jóvenes oromo durante el mandato de Hailemariam Desalegn y, utilizando su voz y sus letras, contribuyó en la caída de éste. Después, se había erigido, también, como una de las voces reformistas que se mostraban contrarias a las políticas del Primer Ministro Abiy Ahmed.
Mientras las fuentes oficiales acusan al partido de la oposición -Frente de Liberación Oromo- del asesinato y las protestas, la oposición acusa al gobierno del asesinato del joven oromo por su activismo antigubernamental. Mientras tanto, el día 10 de julio fuentes oficiales anunciaron la detención de dos hombres que presuntamente mataron a Hundessa por orden del partido oromo.
El cantante y activista era parte de la etnia más numerosa del país, los oromo, que han sido históricamente marginados y apartados. Sus canciones cargadas de contenido político apoyan a miles de jóvenes que luchan día a día para tener un futuro digno y que abogan por un cambio sistemático y estructural. También hay que destacar que su asesinato no sólo ha movilizado a los jóvenes organizados y politizados sino que también ha dado pie a protestas de carácter étnico. Muchos etíopes que no son oromo y que habitan territorio oromo han denunciado haber sido señalados, perseguidos y, en algunos casos, asesinados.
La escalada de los conflictos étnicos en el país es cada vez más grave y preocupante. El nacionalismo unificado que el poder nos vendía cuando éramos pequeños e izábamos la bandera cada mañana, se estremece ante la evidencia de que la nación etíope está muy lejos de ser una y única. Si a esto le sumamos la deriva autoritaria que ha tomado el gobierno de Abiy Ahmed ante este estallido de protestas, las tensiones, la indignación y los muertos están asegurados. Todas aquellas reformas valientes que había prometido el Primer Ministro quedan muy lejos ahora; la oposición política vuelve a estar entre rejas, los activistas y los periodistas también, el ejército y la policía asesinan y aterrorizan a la población, hay un conflicto abierto con Egipto para la gestión del río Nilo, etc.
También hay que señalar que las elecciones que debían tener lugar este 29 de agosto han sido aplazadas sin nueva fecha por la pandemia del Covid-19, lo que también ha generado cierto malestar entre la oposición que esperaba este momento desde hace muchos años. A pesar de los cambios prometidos por Abiy Ahmed respecto a unas elecciones justas y libres en el país, la violencia interétnica y la mala gestión de las protestas por parte del gobierno hacen que muchos se cuestionen los motivos reales que hay detrás de este aplazamiento.
Las protestas por la muerte de Hundessa no sólo han tenido lugar en la capital etíope, sino que la diáspora también ha salido a las calles; en Londres se derribó la escultura de Haile Selassie, en Minnessota se organizó una manifestación multitudinaria en apoyo a las personas que protestaban en Addis Abeba, y otras ciudades de EEUU han repetido gestos similares. Diarios de todo el mundo se han hecho eco de lo que está pasando dentro del país. A pesar de que internet y las comunicaciones han sido cortadas por el gobierno, el mundo ya ha visto lo que sucede en Etiopía y la muerte de Hachalu Hundessa no será una cifra más porque su nombre sigue resonando como un eco en boca de su gente.
Bezawerk O.