Los olvidados

Nadie teme a la muerte; en verdad, lo que nos aterra es el olvido. Vivimos sabiendo que el día en que llegue nuestra hora nos van a llorar, sabemos que después del final, alguien recordará nuestro nombre. ¡Qué suerte la nuestra! Vivimos con la fortuna de saber que amanecemos con un techo sobre nuestra cabeza, con un plato caliente en la mesa y un guardián que velará nuestras pesadillas. Somos unos privilegiados.

Desde pequeños nos han hecho creer que nuestros privilegios son algo ganado y extendido; la norma. Esto conlleva que nuestra infancia es una cosa delicada y con funciones muy concretas: jugar, cantar, reír, ir a la escuela, etc. son nuestras únicas preocupaciones. Pero mientras nosotros crecíamos en nuestra burbuja de cristal, muchos otros se encontraban batallando en las calles, intentando desesperadamente labrarse un nombre, una casa y algo que llevarse a la boca al terminar el día. La infancia no es norma sino privilegio.

Di mis primeros pasos en un país precioso, habitado por grandes personas y unas calles sin ningún diseño concreto; las calles eran las separaciones naturales entre casas. Aún siendo un gran país, tenía también grandes problemas. Uno de ellos es la pobreza económica que aqueja a gran parte de las personas y otro es la poca voluntad política para resolverlo. Y no hay nada más triste que ver cómo el colectivo que debería estar más protegido se encuentra más solo que nunca; nada más triste que ver como nuestro futuro habita y muere en las calles.

 

Addis Abeba

 

El último censo que se tiene de indigencia infantil en Addis Abeba data del 2010; se contabilizaron 12.000 niños y niñas malviviendo en las calles de la capital etíope sin que nadie se preocupase por ellos. Aunque muchas ONG afirman que el número es mucho mayor en estos momentos, no se ha vuelto a hacer un censo oficial. Esta problemática no solo surge de la pobreza que asedia sus casas, sino también de otros factores que contribuyen al hecho de que los niños acaben en esta situación.

Los servicios sociales afirman verse desbordados por la situación debido a que hay mucho trabajo, pero pocos recursos económicos y humanos destinados a combatir la lacra. Estos contaron a The Guardian que gran parte de los menores de seis años que están allí proceden del campo, desde donde se envían para buscar una vida mejor. Otros vienen de casas rotas por diversas causas.

Otro estudio hecho hace relativamente poco, indicó que muchos de los niños que acaban en la calle estaban viviendo con padrastros o madrastras, debido al fallecimiento de sus padres biológicos. Gran parte de ellos son originarios de los distritos del sur del país, Welayta por ejemplo, donde hay una gran tradición de buscar mejorar la propia situación desplazándose allí donde creen que pueden encontrar más fácilmente un trabajo. Y dicho lugar es, obviamente, la capital.

Gran parte de las criaturas que se encuentran haciendo de la calle su hogar son niños. Las niñas son destinadas a trabajos domésticos en las casas, donde mayoritariamente son violadas, o se dedican a la prostitución; de hecho, cada vez aumentan más las redes de tráfico de personas, especialmente de niñas.

Estas son secuestradas muchas veces por aquellos que comercian con ellas o, son sacadas a la calle para hacer exactamente lo mismo con ellas: prostituirlas. La calle es muy poco segura para todos, pero en la infancia uno es mucho más vulnerable.

Teniendo en cuenta todo esto, algunas personas de la capital alquilan camas: por 20 birr les proporcionan un lugar donde dormir y un plato por la noche. Todo esto con el objetivo de que estos niños no tengan que pasar la noche en la calle, donde no solo acecha el frío sino también otros peligros. La noche, como en todos los sitios, es el momento más temido; gran parte de las personas que salen no lo hacen con buenas intenciones y los traficantes de personas pueden obrar a sus anchas.

Crecer en las calles, en caso de sobrevivir, es muy complicado. Tener esta etiqueta supone un estigma al cual hay que añadir la imposibilidad del acceso a la educación de todos estos niños, ya que para esto se tiene que tener la identificación conforme son de aquella ciudad. Los menores no solo son maltratados por las calles y las personas miserables que pasan por allí a diario, sino que además son víctimas de la brutalidad policial.

 

Mirada etíope

 

Este estilo de vida, si es que lo podemos llamar así, conlleva muchas secuelas emocionales, físicas y psíquicas. Gran parte de estos menores, sean niños o niñas, han sido violados, perseguidos, maltratados, víctimas de los consumos de drogas y alcohol  e incluso asesinados sin que nadie se dignase a abrir una investigación al respecto. Son personas que entre todos hemos invisibilizado, la sociedad olvidada.

Aunque el gobierno de Abiy Ahmed ha prometido muchas medidas para transformar la situación de todos estos niños y niñas, le va a resultar muy complicado subvertir la realidad debido a la gravedad y magnitud del problema. El primer paso para mejorar en este aspecto es hacer una nueva legislación que favorezca a este colectivo y velar para aplicarla. Además de crear cierta conciencia sobre la infancia en la población, ya que es algo que a menudo falla en la mentalidad del conjunto de país.

Lo primero que el Ministerio de Asuntos de la Mujer y la Infancia ha hecho es cambiar el lema que tenía el gobierno anterior; de la frase que decía “Limpiando las calles de Addis Abeba de niños de la calle” se ha pasado a uno mucho más amigable: “Los niños de la calle tienen derecho a la vida”. Es un paso en la buena dirección, pero la publicidad y las frases bonitas no cambian el mundo: ahora les toca mover ficha y demostrar con acciones aquello que hasta ahora solo han sido palabras.

Ayudar a estos niños no es trabajo solo de las pequeña ONG que hacen lo que pueden con los pocos recursos de los que disponen, sino que debería ser un trabajo colaborativo con el gobierno. Interesarse por ellos es una forma de preocuparse por el futuro, una forma de construir una sociedad donde la empatía, la solidaridad y la equidad primen; porque la solidaridad es la mejor arma de la humanidad.

Así que, cuando viajes allí, no olvides que el niño que te vende cigarrillos, el que te vende chicles, el que te limpia los zapatos, la niña que ves en un prostíbulo y la que te sirve el té cuando alguien rico te invita a su casa son personas que tienen un nombre como tú y como yo. 10 birr no llegan a 50 céntimos de euro y para ti no tiene demasiada importancia pagar esto por un paquete de chicles o un cigarrillo, pero para ellos 20 birrs son la diferencia entre dormir en la calle sin nada en el estómago y una cama habiendo comido un poquito.

Etiopía está avanzando a un paso vertiginoso, pero a medida que la industria, las calles y ciudades se hacen más grandes, sería necesario hacer una política para la gente obrera y hacer que esta se cumpla. Se necesita que las condiciones laborales y de vida mejoren.

Desgraciadamente, la vida de todos no va a la misma velocidad que la del país, cosa que aumenta aún más la desigualdad y crea abismos casi imposible de traspasar.

 

Bezawerk Oliver Martínez