Júlia Perarnau es hija de una socia de AFNE y realizó un voluntariado de dos meses en Muketuri. Ella misma nos cuenta su experiencia en este artículo:
“Hace más de tres meses que volví de hacer un voluntariado en Etiopía y puedo decir (sin que sea un tópico aunque lo parezca) que ha sido un viaje que me ha marcado. Poder conocer una sociedad tan diferente a la nuestra me ha demostrado que la diversidad es riqueza y que la vida se puede vivir de muchas maneras diferentes y desde muchas perspectivas. Asimismo, también me he dado cuenta de que todas las personas del mundo compartimos mucho más de lo que pensamos y que somos capaces de entendernos aunque no hablemos el mismo idioma.
Cuando llegué me sentía perdida y desorientada y tenía ese sentimiento que siempre tienes cuando empiezas un viaje sola: “¿Qué hago yo aquí?”. Pero esto enseguida cambió y la casa de voluntarios se convirtió en una pequeña familia gracias a Raquel, Ana, Jordi e Imma. Ellas y él me enseñaron el pueblo y me presentaron a las vecinas, a las trabajadoras de la escuela y a toda la gente de Muketuri que, poco a poco, se fueron convirtiendo en nuestros amigos y amigas.
Allí colaboré en los diferentes proyectos de la Misión de San Pablo Apóstol (MCSPA) en función de lo que se necesitaba cada día: revisiones médicas a los niños, canciones y bailes en la escuela de Mechelen, clases de inglés a las chicas de la residencia, etc. Pero el gran proyecto que me ocupó casi toda mi estancia allí fue la construcción de una zona lúdicodeportiva para la escuela de Muketuri.
El diseño de este proyecto, financiado por AFNE gracias a un premio convocado por el Ayuntamiento de Barcelona y ganado por la asociación, ya estaba pensado y listo y sólo faltaba llevar a cabo la construcción de los diferentes juegos. En un primer momento pensé que sería sencillo y que en una semana podríamos tener, sino terminado, muy avanzado. Pero no fue así porque la cadena de pasos que había que hacer antes de que pudiera venir el herrero a hacer el montaje era más larga y complicada de lo que me esperaba. Primero necesitábamos los neumáticos, que compramos en Addis Abeba y eran la base de la mayoría de juegos. Después había que pintarlos, tarea que hacíamos nosotros mismos. Para pintarlos había pintura, pinceles (como es evidente) y sobre todo aguarrás, porque si no era imposible quitarse la pintura de las manos (el primer día lo constatamos).
La satisfacción de ver el parque infantil terminado, mi último día en el pueblo, mezclada con el cansancio de un día intenso trabajando (yo más bien ayudando) bajo el sol es una de las emociones más bonitas de mi estancia en Mukuteri. Y a esta satisfacción se le mezclaba la tristeza del adiós y el recuerdo de los intensos momentos vividos allí.
Estudio antropología y tengo mis reticencias con la cooperación porque siempre existe la duda de hasta qué punto estas relaciones fomentan el neocolonialismo. Pero ahora que he estado allí, sé que la tarea de la MCSPA consigue mejorar el día a día de la gente de Muketuri y que ofrece un futuro mejor a todos los niños y niñas que pueden ir a la escuela. Las desigualdades económicas y sociales están, es evidente, igual que las encontramos aquí. Hay mucho trabajo por hacer en diferentes niveles pero los cambios y las mejoras también existen y son palpables.
Históricamente, la mirada eurocentrista hegemónica ha visto y representado África como un continente pobre, lleno de gente que necesita nuestra ayuda y que poco tiene para ofrecernos más allá de los paisajes exóticos y los safaris que se han puesto de moda más recientemente. Pero yo allí me he sentido mejor, sin echar nada de menos y con la posibilidad factible de vivir de una manera mucho más coherente con mis ideas. Y para mí eso es lo que Muketuri y tantos otros pueblos africanos nos están ofreciendo: un modelo de vida más respetuoso con la naturaleza, basado en la solidaridad entre vecinos y vecinas y sin prisas consumistas.
Ahora, cuando pienso en estos dos meses, me quedo con todas las amistades que he hecho, con la suerte que he tenido de conocer personas muy diferentes de mí y, al mismo tiempo, muy parecidas. Personas con las que en otro contexto seguramente no habríamos sabido conectar y que ahora ya forman parte de mi vida. Lo que nos ha unido es la solidaridad sin fronteras, el altruismo y las ganas de construir un mundo mejor. Desde diferentes perspectivas y recorridos vitales pero con un mismo objetivo: ayudar de tú a tú, sin paternalismo, sea aquí o allá. Vivimos en un mundo donde los estados se esfuerzan en reforzar sus fronteras pero las luchas se vuelven internacionales y la solidaridad también.
Para mí, la foto que resumiría estos dos meses sería la de los niños y niñas de la escuela jugando y riendo con los nuevos juegos que tienen en el patio, viviendo la vida que cualquier niño se merece. Creciendo fuertes y sanos para poder construir un presente y un futuro mejor para todos.
Júlia”