Contes tradicionals d’Etiòpia


Los cuentos están perdiendo protagonismo en una sociedad dominada por las pantallas. Los niños de hoy están saturados de imágenes y otros estímulos que son pasivos, cuando la creatividad depende sobre todo del desarrollo de la fantasía, para la cual son fundamentales las palabras.
Los cuentos aportan un beneficio que no genera la televisión, ni los videojuegos, ya que con la lectura el niño construye sus propias imágenes, y este proceso es fundamental para, posteriormente, poder desarrollar una buena capacidad de abstracción que le será fundamental, por ejemplo, para los aprendizajes escolares.
Hay, además, otras razones para mantener la rutina de leer un cuento antes de acostar a los niños: es un momento mágico, que refuerza el vínculo entre padres e hijos y pone las bases para el desarrollo del hábito lector. O para regalarlos cuando van creciendo, porque aportan estrategias y soluciones para transformar actitudes, porque transmiten valores y principios y porque también los pueden poner en contacto con sus culturas de origen.
Os proponemos un cuento etíope para los más pequeños y otro para los adultos, porque los cuentos tradicionales también son una fuente de sabiduría para los mayores. Y como podréis comprobar, son cuentos que transmiten valores universales que no entienden de fronteras y de culturas. Los empezamos con la forma tradicional de comenzar un cuento en Etiopía: Teret teret, yelam beret…

Marzo 2013

LA HIENA Y LAS RANAS

Teres, teret, yelam beret…Hace mucho, mucho tiempo vivía una hiena llamada Aya Jebó. Dormía todo el día y cazaba de noche. Cerca de su casa había un pequeño lago donde vivían un grupo de ranas. Eran ranas muy alegres que cantaban noche y día.

A causa de los cantos Aya Jebó se enfadaba porque no podía dormir. Un día, ya cansada, se levantó y fue hacia el lago.

-¡Vosotras, ranas, o paráis ya de una vez con vuestras canciones o me tendré que enfadar y os aseguro que no resultará nada bueno para vosotras!

Las ranas no querían dejar de cantar y una de ellas se enfrentó a Aya Jebó, diciendo que se podía encontrar una solución mejor.

Organizarían una carrera y si vencía Aya Jebó las ranas tendrían que irse del lago, y si ganaban las ranas podrían seguir cantando como les diera la gana. Aya Jebó enseguida aceptó pensando que nunca podrían vencerlo unas miserables ranas. Y se fue.

Las ranas no estaban contentas con su compañera porque pensaban que no habría modo de vencer a la hiena. Una rana vieja estaba oyendo todo esto y tuvo una idea. Reunió a las ranas y les dijo lo que se le había ocurrido. Todas estuvieron de acuerdo en que era una buena idea, así que quedaron con Aya Jebó para fijar el día de la carrera.

Y llegó el día. Cada unos cuantos metros se puso una rana escondida entre las matas. Pensaron que Aya Jebó no podría distinguir una rana de la otra y seguramente creería que se trataba de la misma.

La carrera empezó. Aya Jebó era veloz y pronto dejó muy atrás a la rana. Se paró un momento y pensó “Se puede decir que he ganado…” cuando le salió una rana por delante diciendo: “¿Aya Jebó estás cansada? ¡Soy más rápida que tú eh!” Aya Jebó no podía creer lo que estaban viendo sus ojos, así que empezó a correr y al cabo de un rato pensó: “Ahora sí la he dejado atrás. ¡Seré la vencedora!”, pero otra rana le salió por delante y le dijo: “¡No eres tan rápida como pensaba!”. Aya Jebó empezó a temer la derrota y corrió y corrió hasta que no pudo más y se dio por vencida.

Finalmente, las ranas pudieron cantar en su lago hasta que les plació.

(Fuente:http://etiopiaorigenes.blogspot.com.es/2012/12/teret-teret-beret-este-es-el-modo-de.html)

LA MUJER Y EL LEÓN

Una leyenda etíope cuenta la historia de un hombre y de una mujer, ambos viudos, que la vida les abrió la puerta del encuentro, se enamoraron y se casaron. La alegría de la mujer fue grande cuando se fue a vivir a la casa del nuevo marido y vio que su compañero de ruta y estaciones tenía un hijo.

Pero el niño todavía lloraba la muerte de su madre y se mostraba hostil con la madrastra, rechazando sus afectos. Rehusaba su cocina, rasgaba su costura y se apartaba de su bondad y sus atenciones. La excluía completamente y ni siquiera le hablaba. Transcurrido un tiempo, la mujer, llena de decepción y tristeza, fue a buscar la ayuda de un hechicero que vivía en una colina cercana.

-¿Por favor, prepárame una poción de amor para que mi hijastro me quiera- suplicó la mujer desesperada.

-Puedo preparártela –le contestó el hechicero- pero los ingredientes son muy difíciles de obtener. Debes traerme tres pelos del bigote de un león vivo.

La mujer imploró diciendo que aquello era imposible, que sería devorada, pero el hechicero insistió en que era la única forma.

Se fue afligida pero dispuesta a no abandonar. Con el nuevo día cogió un cuenco, con mucha comida y se dirigió a un lugar donde vivía un gran león. Y esperó. Pasado un tiempo, lo vio venir. Al oír su rugido, dejó caer el cuenco y huyó.

A la jornada siguiente, fue otra vez a la morada del león con más comida, esperó a que apareciera y dejó el cuenco antes de irse.

Cada día le dejaba más cerca la comida y esperaba un poco más antes de irse.

En una ocasión decidió esperar a que el león comiera la carne para mirarle desde la distancia. Otro día se puso lo bastante cerca como para poder oír su respiración y, al cabo de un tiempo, se acercó tanto que podía olerlo. Cada vez le decía palabras suaves. Después de mucho, mucho tiempo, ya podía quedarse cerca de él mientras comía.

Y llegó el momento en que el león se mostró tranquilo en su presencia; se estiraba y dejaba que le acariciase su pelaje, ronroneando feliz. La joven mujer decidió que entonces podía cumplir con su propósito. Mientras acariciaba la espalda y la cabeza de la bestia, hablándole suavemente, tomó tres pelos de su bigote sin que lo notara.

-Gracias, querido amigo -le dijo- y se fue derecha a la cabaña del hechicero, quien se mostró encantado de que le hubiera traído, al fin, los ingredientes mágicos.

-Aquí tienes, te he traído los pelos de un león vivo –anunció- y los entregó al hechicero, que estaba sentado fuera de su cabaña frente al fuego.

En efecto, los tienes -dijo el hechicero, sonriendo, mientras examinaba los tres pelos- E inmediatamente, y ante la mirada atónita de la mujer, los tiró al fuego.

-¿Pero, que has hecho? -le gritó ella- Eran para la poción de amor que quería que hicieras. ¿Puedes imaginarte qué difícil ha sido para mí obtenerlos? Me ha llevado meses ganarme la confianza del fiero león.

-¿De verdad crees que el amor y la confianza de un niño pueden ser más difíciles de obtener que los pelos de una bestia salvaje? -Le preguntó a la mujer- Vete a casa y piensa en lo que has logrado.

La mujer comprendió. Reconoció su hazaña, su espera paciente a lo largo de los meses y sus intentos graduales de acercarse al león. Ella misma había cambiado durante el intento.

Ahora la aproximación a su hijastro sería diferente. Espero, segura y confiada, se acercó a él, poco a poco, respetando su ritmo y su territorio, sin invadirle y sin, por eso, dejarlo por imposible. Tras un tiempo, el niño la aceptó como su madre y la dejó entrar en su corazón.

(Fuente: Cuento tradicional de Etiopía contado por Piero Ferrucci y Vivien Reid)

 


Margarita Muñiz Aguilar

(Imagen: Autor desconocido. Fuente: http://oaklandnorth.net)