Durante las fiestas navideñas la DGT activa un dispositivo para aumentar los controles de alcoholemia y consumo de estupefacientes, dado el alto grado de siniestralidad que el consumo de drogas y alcohol provoca en estas fechas.
No existe ningún aparato para medir las emociones tóxicas, ni aparecen sus cifras en la prensa, pero ellas también provocan una alta siniestralidad en quienes son consumidores habituales de ellas.
Sentimientos como la ira, el miedo, la frustración, la pena o el rencor provocan una sobreproducción de hormonas que pueden corroer el cuerpo de manera similar a lo que sucede cuando el ácido corroe el metal. Pero estas emociones toxicas no sólo pueden provocar enfermedades en nuestro cuerpo, sino que también acaban con la alegría de vivir, con la capacidad de disfrutar de nuestros hijos, de nuestra pareja, de nosotros mismos. En suma, actúan como un corrosivo para nuestra alma.
Y como suele ocurrir con las sustancias tóxicas se tiende a hacer responsables de su consumo a otras personas. Así podemos culpar de nuestra frustración o de nuestro resentimiento, de nuestro enojo o de nuestra rabia, a la maestra porque es injusta con nuestro hijo/a, a la sociedad porque es racista y xenófoba, a nuestra pareja porque no nos sentimos acompañados en la tarea de educar a nuestro hijo/a, a ese hijo/a porque no es lo que esperábamos de él/ella; podemos culpar a las malas compañías de las que se rodean, al país de origen, a las ecais; incluso podemos culpar de nuestras emociones tóxicas a los mercados financieros, a la crisis o incluso a los políticos de turno… pero no nos engañemos, los únicos responsables de nuestras emociones somos nosotros mismos.
Quizás sea un buen momento, como hace la DGT, para poner nosotros también en marcha un dispositivo para eliminar las emociones tóxicas de nuestras vidas.
LA LIBERTAD DE ELEGIR
Enero 2013
Seguramente ninguno de nosotros se ha tenido que enfrentar a situaciones tan difíciles y atroces como las que sufrieron las personas que fueron recluidas en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
Viktor Frankl, el gran neurólogo y psiquiatra austríaco, estuvo internado durante tres años en Auschwitz, Dachau y otros campos de exterminio nazis, donde murieron sus padres, su hermano y su esposa. Y fue capaz de sobrevivir a ese horror porque se dio cuenta de que él tenía en sí el poder de decidir cómo le afectarían interiormente esas circunstancias. Los nazis podrían controlar su entorno y hacer lo que quisieran con su cuerpo, pero él todavía tenía la libertad de elegir cómo le afectaría el trato que recibía.
Lo mismo vale para cada uno de nosotros. Podemos sentir que nos hacen daño a nosotros o a nuestros hijos/as cuando son discriminados por el color de su piel; podemos sentir que sus compañeros son crueles si en alguna ocasión en medio de una discusión les llaman “negros de mierda”. O podemos sentirnos frustrados como padres/madres cuando nuestros hijos no cumplen las expectativas que teníamos sobre ellos; o nos podemos sentir fracasados porque no sabemos como gestionar su rebeldía. O nos podemos sentir desbordados cuando sentimos que todo es más complicado de lo que esperábamos.
En estas y otras situaciones pueden surgir dentro de nosotros sentimientos de rabia, de rencor, de enojo, de ira, de resentimiento o de impotencia, pero en nosotros está la libertad de elegir si ésta es la forma en la que queremos que nos afecten estas circunstancias.
Frankl decidió que sus propias decisiones, y no sus circunstancias, definían su identidad. En cuanto a nosotros, el primer paso sería reflexionar sobre nuestras actitudes ante las emociones tóxicas y hacernos una sencilla pregunta: “¿Es ese el modo en que quiero pensar y vivir?”
Margarita Muñiz Aguilar
Directora de Recursos On Line
Institut Família i Adopció