En un pasado no muy lejano, las familias ocultaban el hecho de que sus hijos habían sido adoptados. De hecho, muchos se enteraban de manera fortuita, por ejemplo, a la muerte del padre o de la madre. El impacto que a veces producía el descubrimiento en estas circunstancias resultaba realmente traumático.
Hoy día, la adopción está socialmente aceptada como una forma más de constituir una familia y sabemos que cuanto más cómoda se encuentre la familia hablando de los orígenes de sus hijos/as y de todo lo que rodeó su adopción, tanto más a gusto y más integrada tendrá el niño/a su propia historia.
La cuestión es desde donde hablamos, si lo hacemos desde la mente, desde lo políticamente correcto, o desde el corazón. Los resultados no serán los mismos.
¿Nos hemos parado alguna vez a hacer esta reflexión?
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¿Desde dónde hablamos de la adopción?
Marzo 2012
Aunque en un pasado reciente la adopción estaba llena de secretos y mentiras y, en cambio, hoy día, está considerada como una manera más de formar una familia, lo importante es saber desde donde hablamos de la adopción, porque podemos hacerlo desde lo racional o desde lo emocional, desde la empatía o desde el dolor, desde el reconocimiento o desde el juicio y esto lo van a percibir nuestros hijos.
Por ejemplo, podemos hablar de su madre biológica y de su país de nacimiento desde una posición que creemos que es la políticamente correcta, de respeto, de reconocimientos, etc., pero hacerlo solamente desde lo racional, desde la mente, pero no desde el corazón, desde lo emocional.
En el corazón podemos tener sentimientos de reproche o resentimiento por haberles, por ejemplo, maltratado, o por tener una política demográfica que discrimina a las niñas. Incluso podemos sentirnos mejores que ellos porque nosotros nunca los hubiéramos abandonado. Podemos, también, tener miedo a que algún día quieran buscar sus orígenes… conocer a su familia biológica…el país donde nacieron…
Dicen que muchas familias adoptivas están compuesta por los que son, más uno más: el fantasma de la familia biológica, especialmente de la madre, a quien en muchas familias adoptivas ni siquiera saben bien cómo nombrar.
Los niños perciben y captan más los sentimientos profundos que las palabras superficiales, por eso si hablamos sólo desde la razón, que nos dice lo que tenemos que decir, pero no lo que siente, ellos lo sabrán, percibirán nuestra dualidad y ellos también vivirán esa dualidad entre lo que dicen sentir y lo que sienten en lo más profundo de su ser. Cuando no hay unidad interior entre lo que decimos y lo que sentimos surgen los conflictos, y nuestros hijos vivirán esos conflictos como propios, porque ellos nos devuelven nuestra propia imagen.
En la consulta lo vemos con frecuencia. Eleonora acude por dificultad en la estructuración del lenguaje. Al cabo de un tiempo la madre, que ve que evoluciona positivamente, pregunta si la niña repite muchas veces que no sabe o que no puede. En la consulta nunca lo ha hecho. Se queja de que con ella lo repite continuamente y que no deja que le enseñe nada. Al confirmar que no lo hace con otros miembros de la familia, la pregunta es evidente: ¿Tú temes que no pueda? Respuesta de la madre: Tengo miedo de que se retrase…de que no llegue… de que no aprenda…
Tu miedo puede ser a que no aprenda… a que sea discriminada…a que algún día pregunte por su madre “verdadera”, a que quiera conocer la historia de por qué la abandonaron… Tus miedos serán los suyos…porque en el fondo ellos son nuestros espejos… pero también, si queremos, son nuestros maestros porque nos muestran aquello que tenemos que trabajarnos nosotros mismos si queremos que nuestras propias carencias no se reflejen en ellos.
Es importante tomar conciencia de que nuestros hijos no son los únicos que traen una mochila, sino que cada uno de nosotros tiene también su propia mochila, y que dependiendo de lo consciente o inconsciente que seamos de ello, de lo que nos hayamos trabajado a nosotros mismos o no, hablaremos con ellos de una forma u de otra y no sólo de la adopción sino de cualquier otro tema relacionado con la forma de vivir la vida, porque la podemos vivir desde el miedo o desde la valentía, desde la tristeza o desde la alegría, desde el dolor o desde la superación de ese dolor.
Esto explica por qué unos niños, a pesar de que sus familias han hablado desde el principio con ellos sobre su adopción no terminan de asumirlo, mientras que otros sí lo hacen y lo viven como algo positivo. Puede estar ocurriendo lo mismo que con los gérmenes, que no poseen la capacidad de crear las condiciones que necesitan para sobrevivir, sino que tienen que encontrar el entorno adecuado. El simple hecho de hablar con ellos sobre la adopción no es
suficiente. Lo importante es desde dónde se hable.
Tenemos que tomar nuestra propia fuerza. Si no lo hacemos, ellos tampoco tendrán fuerzas para enfrentar la diferencia, el desarraigo, la soledad, la rabia, etc. y siempre dependerán de los demás, de su aceptación, de su valoración y de su reconocimiento.
Si, por ejemplo, en nuestro fuero interno los vivimos como víctimas, por las penalidades que han pasado, ellos se vivirán a sí mismos como víctimas. Si somos capaces de verlos como seres con potencial, como semillas que tienen dentro la capacidad de crecer y de enfrentar y superar los problemas, encontraran dentro de ellos mismos la fuerza para hacerlo. Si nosotros sentimos la libertad de expresar nuestros sentimientos, ellos aprenderán a hacerlo también. Si nosotros no hemos elaborado nuestros propios duelos, difícilmente podremos ayudarlos a ellos a elaborar los suyos. Si nosotros mismos hemos sufrido abandono anímico en nuestras propias familias de
origen, su abandono resonará en nosotros y, a menos que nos trabajamos a nosotros mismos, será difícil que podamos trabajar con ellos su propio abandono.
En conclusión, tenemos que hablar con nuestros hijos sobre su “ser adoptivo”, sí, pero lo importante es desde dónde lo hacemos. Si lo hacemos desde nuestro propio dolor, desde nuestras propias carencias, desde nuestra propia mochila o desde lo racional, difícilmente los podremos ayudar porque nuestras palabras no llegarán más allá de sus oídos. No les llegarán al corazón porque son muy perceptivos y copian lo que hacemos o sentimos y no lo que decimos. La clave está en hablar desde la empatía, desde una valoración de su ser más profundo y desde la potencialidad y la fuerza que cada uno llevamos dentro de nosotros mismos, de la que tenemos que tomar conciencia, sabiendo que la solución no está fuera sino dentro, tanto de nosotros mismos como de nuestros hijos e hijas.
Instituto Familia y Adopción
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